martes, 4 de agosto de 2015

CAMINO PRIMITIVO. DÍA 5. VIERNES 17 DE JULIO 2015.- POLA DE ALLANDE – CASTRO.- 56 KM.


Una pequeña ayuda nunca viene mal
 
Este capítulo bien podía comenzar con el título de aquella película de Los Beatles “Que noche la de aquel día”, por lo ocurrido esta noche en el dormitorio del albergue.



Desayunando en el café Central que abre bien temprano, creo que a las seis y media, he comentado con otros peregrinos los movimientos extraños que se observaron anoche en la litera de abajo situada frente a la mía. La chica llevaba la iniciativa y el chico se dejaba hacer. No se podía observar sino dos bultos en la oscuridad, creo que se llegó a practicar un preliminar de sexo oral (es solo una suposición) seguido de una cabalgada frenética por parte de ella. Pero, mejor así, como decíamos en los años sesenta: “haz el amor y no la guerra”, por lo menos para los que aun pueden hacerlo (el amor, se entiende, no la guerra), para otros, entre los que yo me encuentro, solo queda el recuerdo...



Después de esta breve disquisición, enfrentémonos a la etapa de hoy. Me dicen, que el Puerto del Palo es un nombre más que acertado para el duro obstáculo que hay que salvar y que, sin embargo, convierte a la jornada de hoy en una de las etapas más bellas de este Camino.



Fuente de las mujeres

Desde Pola he tenido que meter la primera, un peregrino se ofrece a darme un empujón que agradecemos. Una parada técnica (ya sabéis para que), coger agua en la fuente de las mujeres que me va a dar la fuerza que ellas poseen, y contemplar el paisaje. A las nueve, ya estoy arriba. Hice bien ayer en no acometer esta subida con todo el calor. La bajada, una gozada y unos paisajes espectaculares, me lleva hasta la presa del embalse de Salime. ¿Si no fuera por estos Caminos, cómo podíamos contemplar, mi rucio y yo, todos estos rincones ten bellos de nuestro País.




El pueblo de Grandas de Salime fue inundado en 1954 y se trasladó muy alto, ¡pero que muy alto!; desde la presa hay seis kilómetros de dura subida. Hacia la mitad un restaurante-hotel en el que me detengo para almorzar.



  


Hay bastantes peregrinos esperando. Un bocadillo de beicon y queso, ¡que dice cómeme!, pasa por delante mía y es rechazado, no sé por que motivo, por el que lo ha pedido. Le digo al camarero: “si nadie lo quiere, yo me lo como”. Así no he tenido que esperar. Algo similar debió pasar con las lentejas de la Biblia, con la diferencia que a mi no me ha costado la herencia. Desde la terraza se contemplan unas vistas impresionantes del embalse.






 



Llama la atención la Colegiata del Salvador (siglo XII), también hay un museo etnográfico muy interesante y que no visito porque tendría que esperar hasta la tarde. Hay una peregrinación masiva de muchachos uniformados que van a pasar la noche en el polideportivo; en vista de la masificación, tomo un respiro, una cerveza, y decido continuar hasta Castro.


Colegiata del Salvador



Castro es una pequeña aldea en lo alto de una colina que toma su nombre de un castro romano con un museo adjunto. El albergue es privado y está situado en las antiguas escuelas restauradas con acierto. Es un sitio muy agradable y con mucho silencio, de hecho, sentado en la mesa exterior donde redacto estas lineas y degustando una sidrina con un paisano motorizado que se empeña en colocarle el casco al perro, solo oigo el trinar de los pájaros en los tilos sobre mi cabeza y el mugir de las vacas cercanas. Tanta tranquilidad hace que se me haya olvidado incluso ver la etapa del Tour. Aprovecho para hacer la colada y tenderla al sol de la tarde, la tendré que recoger antes de que anochezca y vuelva a humedecerse.

Vista de la carretera desde Castro

La colada al sol

Albergue de Castro

Exterior Iglesia Parroquial


Interior iglesia


Un perro motorista
Hay carteles que no tienen desperdicio


Tranquilidad y sosiego



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