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Una pequeña ayuda nunca viene mal |
Este
capítulo bien podía comenzar con el título de aquella película de
Los Beatles “Que
noche la de aquel día”, por
lo ocurrido esta noche en el dormitorio del albergue.
Desayunando en el café Central que
abre bien temprano, creo que a las seis y media, he comentado con
otros peregrinos los movimientos extraños que se observaron anoche
en la litera de abajo situada frente a la mía. La chica llevaba la
iniciativa y el chico se dejaba hacer. No se podía observar sino dos
bultos en la oscuridad, creo que se llegó a practicar un preliminar
de sexo oral (es solo una suposición) seguido de una cabalgada
frenética por parte de ella. Pero, mejor así, como decíamos en los
años sesenta: “haz el amor y no la guerra”, por lo menos para
los que aun pueden hacerlo (el amor, se entiende, no la guerra), para
otros, entre los que yo me encuentro, solo queda el recuerdo...
Después de esta breve disquisición,
enfrentémonos a la etapa de hoy. Me dicen, que el Puerto del Palo es
un nombre más que acertado para el duro obstáculo que hay que
salvar y que, sin embargo, convierte a la jornada de hoy en una de
las etapas más bellas de este Camino.
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Fuente de las mujeres |
Desde Pola he tenido que meter la
primera, un peregrino se ofrece a darme un empujón que agradecemos.
Una parada técnica (ya sabéis para que), coger agua en la fuente
de las mujeres que me va a dar la fuerza que ellas poseen, y
contemplar el paisaje. A las nueve, ya estoy arriba. Hice bien ayer
en no acometer esta subida con todo el calor. La bajada, una gozada y
unos paisajes espectaculares, me lleva hasta la presa del embalse de
Salime. ¿Si no fuera por estos Caminos, cómo podíamos contemplar,
mi rucio y yo, todos estos rincones ten bellos de nuestro País.
El pueblo de Grandas de Salime fue
inundado en 1954 y se trasladó muy alto, ¡pero que muy alto!; desde
la presa hay seis kilómetros de dura subida. Hacia la mitad un
restaurante-hotel en el que me detengo para almorzar.
Hay bastantes
peregrinos esperando. Un bocadillo de beicon y queso, ¡que dice
cómeme!, pasa por delante mía y es rechazado, no sé por que
motivo, por el que lo ha pedido. Le digo al camarero: “si nadie lo
quiere, yo me lo como”. Así no he tenido que esperar. Algo similar
debió pasar con las lentejas de la Biblia, con la diferencia que a
mi no me ha costado la herencia. Desde la terraza se contemplan unas
vistas impresionantes del embalse.
Llama la atención la Colegiata del
Salvador (siglo XII), también hay un museo etnográfico muy
interesante y que no visito porque tendría que esperar hasta la
tarde. Hay una peregrinación masiva de muchachos uniformados que van
a pasar la noche en el polideportivo; en vista de la masificación,
tomo un respiro, una cerveza, y decido continuar hasta Castro.
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Colegiata del Salvador |
Castro es una pequeña aldea en lo
alto de una colina que toma su nombre de un castro romano con un
museo adjunto. El albergue es privado y está situado en las antiguas
escuelas restauradas con acierto. Es un sitio muy agradable y con
mucho silencio, de hecho, sentado en la mesa exterior donde redacto
estas lineas y degustando una sidrina con un paisano motorizado que
se empeña en colocarle el casco al perro, solo oigo el trinar de los
pájaros en los tilos sobre mi cabeza y el mugir de las vacas
cercanas. Tanta tranquilidad hace que se me haya olvidado incluso
ver la etapa del Tour. Aprovecho para hacer la colada y tenderla al
sol de la tarde, la tendré que recoger antes de que anochezca y
vuelva a humedecerse.
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Vista de la carretera desde Castro |
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La colada al sol |
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Albergue de Castro |
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Exterior Iglesia Parroquial |
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Interior iglesia |
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Un perro motorista |
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Hay carteles que no tienen desperdicio |
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Tranquilidad y sosiego |
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